Shiragiku
- Julian Araf
- 8 ene 2017
- 3 Min. de lectura

"Hay cuatro crisantemos blancos; cuatro crisantemos blancos cuelgan en los jardines del palacio."
Puede que en otro tiempo las mañanas no fuesen tan funestas. Si ese fuera el caso, ya no lo recuerdo. No recuerdo las mañanas que no eran funestas mas recuerdo los tiempos en donde no colgaban crisantemos blancos. El tiempo se aleja de mis memorias y me abandona en un momento de temple y furia, en donde el valor recorre mis entrañas. Las hojas van y vienen, el viento danza y no me queda más que el silencio para escuchar mis propias ideas y soñar. Sueño con el temple del acero, también sueño con el temple de mi mente. ¿Cuál de los dos será más firme y peligroso?
El sueño podrá esperar, ya que es el mismo frío del acero el cual me despierta y enajena. El momento ha llegado.
"Hay cuatro crisantemos blancos; cuatro crisantemos blancos cuelgan, uno por cada pecado."
Camino una vez más por el corredor con cautela; de nueva cuenta me invade el silencio. No habrá palabras que rezar, sólo un grito que huya de un par de labios ya sin vida. Mis piernas no resisten mi propio peso, no sé con certeza si por el miedo o la edad. He hecho esto durante tanto tiempo que ya no lo recuerdo. El frío de una gota recorre mi espina a la vez que se resbala como una daga, abriendo a su paso una herida de la cual brotará sangre en breve. Pero la gota no hace brotar sangre más que miedo; mi desesperación brota del camino dibujado por el sudor.
Llego al patio principal más decidido que nunca, abrazo mi condena y maldigo al honor. El momento ha llegado.
"Hay cuatro crisantemos blancos; cuatro crisantemos blancos cuelgan por cada traidor."
Los miro poco, dormidos y apacibles: los miro en secreto. Habrán conspirado de igual forma en secreto, perdiendo todo honor. No pierdo el temple ni dejo a la furia cobrar venganza ya que no me lo permite. El acero está helado, más helado que nunca; hervirá sólo al calor de mis entrañas. Estoy sentado ya en el patio principal, abandonado a mi suerte que me saluda de la mano de mi honor. Llegada la hora sólo puedo preguntarme si de verdad esto limpiará mi nombre y mi historia. ¿Será la muerte de verdad la que me halle? Siempre vi la vida como un camino, y en el final del mismo hallaba la muerte. ¿Qué sentido tiene traer el final a medio recorrido? Puede que nunca hubo más camino que este.
Sentado en el patio principal mientras cuatro crisantemos blancos cuelgan por cada traidor. Desearía que cada flor fuese una cabeza.
"Hay cuatro crisantemos blancos; cuatro crisantemos blancos cuelgan impregnados de sangre y odio."
El acero no se siente tan frío como en un principio. Entra, perfora y recorre desde mi vientre hasta el pecho, a decir verdad, no duele. Veo cómo mis entrañas se vacían y manchan el blanco que perdura en mi ropaje.
Veo danzar las hojas rosas del cerezo,
al igual que veo danzar a una doncella
que me extiende un dulce beso.
Recorre desde mi vientre hasta el pecho,
y cuando menos lo espero,
veo al fin que la sangra ya no brota.
No entiendo aquél suceso tan extraño, sólo sé que recorre una sola idea mi cabeza. Recorro nuevamente el corredor, ya sin sigilo y con violencia. El frío del acero me parece cálido, aun así, frío en la medida perfecta. Veo cuatro crisantemos blancos, tan blancos como los rostros de aquellos que me ven. Ellos no ven a quien hace mucho fui, sólo ven a un muerto que enterraron hace tiempo.
El primero fue a quien hace tanto llamé amigo, el segundo a quien traté como hermano, el tercero a quien creí padre, la última a quien amé en vida. Es el viento quien me trae los recuerdos que se borraron con el olvido.
Veo días pasados y recuerdo, entre danzantes hojas de cerezo. El momento ha llegado.
"Hay cuatro cabezas colgando; cuatro cabezas colgando por la traición hecha a un guerrero."
Fotografía por: Mariusz Szmerdt
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